martes, 16 de julio de 2013

Lorenzo Hernández Pallarés

LAS HUELLAS DORADAS


Lorenzo había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Aunque  la mayor parte del tiempo se sentía en paz  en algunas ocasiones su ánimo se ensombrecía  y le parecía que, durante un tiempo, se perdía a sí mismo.
Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o los juicios de valor que , a veces, recogía por parte de algunos extraños o conocidos.
Aquel día su ánimo estaba especialmente gris, y se preguntaba si había sido capaz de dar significado a su vida. Se se sentía muy abrumado. Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para aunque sea en ausencia ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría ver las cosas más claramente. Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro
Lorenzo puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba. En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez. Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.
Por un peso te alquilo el catalejo. Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra tendida hacia arriba reclamaba su moneda.
Lorenzo encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la alcanzó al viejo que desplegó el catalejos y se lo alcanzó.
Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Lorenzo separo sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.
Qué raro – exclamó Lorenzo sin darse cuenta de que hablaba en voz alta. ¿Qué es lo raro?, preguntó el viejo
El punto brillante, dijo Lorenzo, ahí en el patio de la escuela, siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía. Son huellas, dijo el anciano.
¿Qué huellas?, preguntó Lorenzo.
Te acuerdas de aquel día…? debías tener siete años; tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares, contestó el viejo. Y después de una pausa siguió, ¿Te acuerdas lo que hiciste?. Tenías un lápiz nuevito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cortaste el lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier. No me acordaba, dijo Lorenzo, Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante?. Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su vida. ¿Y?. Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros, explicó el viejo, las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas…
Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio. Ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas?. Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo del guardapolvo arrancado.
 Lorenzo miraba la ciudad. Ese que está ahí en el centro, siguió el viejo, es el trabajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica… y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez… las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él.
Lorenzo apartó la vista del telescopio y sin necesidad de él empezó vió su pueblo lleno de puntos brillantes, de huellas doradas iluminando la noche. Cogió su mochila, devolvió el catalejo al viejo y tomó el camino de vuelta a su casa.

Cuando me encontré con este cuento en Aplícate el Cuento, (recopilación de cuentos de Jaume Soler y M.Mercé Conangla), no tuve duda, realmente para mí este Lorenzo es Lorenzo Hernandez Pallarés, es él… ¡y me ha encantado leer esta preciosa historia!

Tengo que decir que una de esas hermosas lucecitas que se ven…desde lo lejos, en Murcia, está en la calle Sierra Espuña en el nº 4, es la Sala Marianbiodanza, y no es una sola luz sino un grupo de lucecitas preciosas…, son todas las huellas doradas que han quedado grabadas en todas las personas que, como yo, disfrutamos del placer de compartir los Talleres de Cuentoterapia, con Lorenzo.
Claro que si Lorenzo mira desde más arriba no solamente verá lucecitas en Murcia, también en Cartagena, en Lorca, en Aguilas, en Canarias, en Barcelona… en tantos sitios… y en  tantos otros que quieren brillar…



Esta es, en parte, la preciosa tarea de Lorenzo, hacer brillar las lucecitas dentro de cada un@ de nosotr@s... Y lo hace tan bonico…con los cuentos…
Realmente Lorenzo, es un placer para mí sumergirme en el mundo de los cuentos y hacerlo de tu mano es un privilegio, por ello... siempre…te estaré agradecida.
Marian

4 comentarios:

  1. Gracias.... Es cuanto puedo decir.
    Lorenzo.

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  2. No conozco a Lorenzo pero después de leer esto..... estoy deseosa!!!
    Llevo mucho tiempo detras de hacer algún taller de cuentoterapia pero al final el destino siempre me pone cuestiones importantes que lo evitan. Espero que en el próximo de noviembre sea mi oportunidad.
    Un abrazo

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